Primero llegan la tormenta y el rayo y la muerte de Domènec, el campesino poeta. Luego, Dolceta, que no puede parar de reír mientras cuenta las historias de las cuatro mujeres a las que colgaron por brujas. Sió, que tiene que criar sola a Mia e Hilari ahí arriba en Matavaques. Y las trompetas de los muertos, que, con su sombrero negro y apetitoso, anuncian la inmutabilidad del ciclo de la vida.
Canto yo y la montaña baila es una novela en la que toman la palabra mujeres y hombres, fantasmas y mujeres de agua, nubes y setas, perros y corzos que habitan entre Camprodon y Prats de Molló, en los Pirineos. Una zona de alta montaña y de frontera que, más allá de la leyenda, conserva la memoria de siglos de lucha por la supervivencia, de persecuciones guiadas por la ignorancia y el fanatismo, de guerras fratricidas, pero que encarna también una belleza a la que no le hacen falta muchos adjetivos. Un terreno fértil para liberar la imaginación y el pensamiento, las ganas de hablar y de contar historias. Un lugar, quizás, para empezar de nuevo y encontrar cierta redención.
«Bellísimo libro» (J. Ernesto Ayala-Dip, El País).
«Una novela extraordinaria… Hay belleza en cada página, una pasión desmesurada por escribir, por las palabras y por los paisajes narrados, por las criaturas que ha creado» (Andreu Gomila, Time Out).
«El yo se multiplica, se funde con la materia, integra a todos los habitantes del valle, también a sus animales, sus árboles, a la tierra misma. Un yo polimórfico canta; la montaña baila» (Adrián Viéitez, Zenda).
Canto yo y la montaña baila
Irene Solà
Anagrama