Pablo de Rokha apostó todas sus naves a pensar el arte como expresión política. Por eso pasaba su tiempo en pueblos diminutos vendiendo de mano en mano sus libros, tanto a alcaldes como a carniceros. Esa deriva era el material humano que destilaba en versos, la base de su raigambre popular afectada por la vanguardia. Libros como Los gemidos o Escritura de Raimundo Contreras rozan la fibra más íntima de las estéticas revolucionaras, pero, a diferencia de Huidobro, matizan la abstracción para enfocar las tensiones humanas.
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